Ecoturismo, una opción para reconciliar la actividad turística y el amor por el mundo natural, siempre que se sigan protocolos de protección adecuados. Foto: Inga Ivanova en 123rtf

Por Frank Martin

El mundo celebra cada año alrededor de 20 fechas relacionadas con la naturaleza, todas ellas de alguna manera relacionadas con el turismo, que está incluido como tal en el calendario planetario.

Un ejemplo elocuente es el mes de junio. 

Durante este mes se celebran además de la jornada del medio ambiente, la de los océanos, la bicicleta, las tortugas marinas y la desertificación y la sequía como problemas cruciales a vencer.

También los días internacionales del sol y el solsticio de verano, el de los bosques tropicales y el del árbol.

El año completo tiene celebraciones que de un modo u otro defienden el medio ambiente, un sobrenombre para la naturaleza.

El turno del turismo ocurre cada 27 de septiembre.

Desde 1980 se celebra ese día porque la fecha es elocuente en cuanto a lo que conmemora, que es  el  final de la alta temporada turística del hemisferio norte y el comienzo de la del  hemisferio sur. 

Un análisis de tales momentos anuales lleva a una conclusión. Las fechas importantes de la naturaleza lo son también para el turismo.

Si la naturaleza es inaceptable en algún lugar, no van los turistas.  Es cierto que hay turismo de salud, música, reuniones y hasta uno aún en sus inicios que es el del espacio extraterrestre, pero todos de una forma otra tiene un gran familiar a tener en cuenta la naturaleza.

Una enseñanza es que quien viva del turismo masivo no debería olvidar ni por un momento la naturaleza.

La pandemia mundial prueba que ni siquiera los virus generados pueden ser olvidados.

Las lecciones de la Covid-19 han sido francamente inolvidables.

Su resultado más duro es que la epidemia global pudo no solo cancelar los viajes de placer y los de cualquier tipo, sino que prácticamente asestó el golpe más grande de la historia humana a la economía.

También demostró con ciertas ironías que el planeta y la humanidad necesitaría «repensarse» así misma.

Los confinamientos severos, la paralización de los viajes aéreos y marítimos y otros efectos aunque atribularon a los humanos dio un respiro que no se esperaba a la vida animal en mares, bosques y selvas y al medio ambiente en general.

Reaparecieron animales salvajes en regiones de las que habían huido, regresaron peces desaparecidos, mejoró la vegetación en lugares en deterioro. Y ocurrieron algunos asombrosos ejemplos más.

La lección es fácil de comprender.

Sin la protección de la naturaleza no pueden existir atractivos naturales que son cruciales para el turismo, desde animales, hasta selvas, bosques, montañas y otros tan numerosos quizá como el universo.

Tampoco la economía mundial no solo en ramas imprescindibles sería invulnerable.

«En un momento en que el mundo comienza a emerger de la pandemia de COVID-19, existe un creciente reconocimiento de que la curación de la pandemia está relacionada con la curación del planeta” comentó un análisis en Internet al celebrarse el 5 de junio último el Día Mundial del Medio Ambiente.

“Pero, así como causamos la crisis climática, la crisis de la biodiversidad y la crisis de la contaminación, podemos revertir el daño que hemos hecho; podemos ser la primera generación en reinventar, recrear y restaurar la naturaleza para impulsar la acción hacia un mundo mejor”, declaró ese día Inger Andersen, directora ejecutiva del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).

Ferromar

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