Santiago de Cuba tiene una arraigada identidad musical. Foto: Cortesía de la Oficina del Conservador de Santiago de Cuba.

Por Aida Liliana Morales Tejeda y Omar López Rodríguez

Hace apenas unas semanas Santiago de Cuba ha sido acreedora de un reconocimiento que la declara como Referente Musical de Iberoamérica, otorgado por el Instituto Latinoamericano de la Música, y que luce en una placa de bronce ubicada en la fachada de la legendaria Casa de la Trova, en la calle cultural Heredia, en pleno corazón de la ciudad.

Esta condición valida los argumentos que se entroncan con el devenir de la urbe y su identidad musical. De la guitarra española al tambor africano, de la corneta china a la tumba francesa, del canto coral a las serenatas. Todo un gran ajiaco, como bien lo definiera el sabio Fernando Ortiz, en armonía con un entorno geográfico propicio para la cadencia y el contoneo al caminar cuando se suben o bajan las empinadas pendientes de las angostas calles de la urbe oriental. En el código genético de los santiagueros, están inscritos los sonidos y melodías de donde brotaron géneros y estilos músico-danzarios que forman parte del patrimonio cultural cubano.

Se afirma que hablan cantando y más que una frase ofensiva, resulta una manera de interpretar que llevan la música por dentro, como parte de lo que son y hacen. La traducción más tangible de esa forma singular de hablar es el pregón, esa manera de amplificar la voz al público con estribillos deliciosos que contagian y convidan a transeúntes y vecinos a comprar la mercadería ambulante.

Un encuentro con el Santiago musical resulta una experiencia singular. Foto: Cortesía de la Oficina del Conservador de Santiago de Cuba.

Esta tierra fue y es madre nutricia de géneros musicales de gran arraigo en el país y por los cuales Cuba se reconoce en el mundo: el son, la trova, el bolero y otros que de la mano de grandes músicos e intérpretes le cantan a la mujer, al amor, a la tristeza, las añoranzas y tantos otros sentimientos de validez universal.

De los orígenes más remotos, recordamos a Miguel Velázquez, mestizo de español e india, que dio inicio al largo camino del desarrollo de la música en Santiago de Cuba, fraguado desde la Capilla de Música de la Catedral donde tantos se destacaron y evolucionaron, hasta que a fines del siglo XVIII realizara sus más importantes obras el presbítero habanero Esteban Salas, considerado Padre de la música cubana, cuya extraordinaria obra marcó un hito en la definición de lo cubano en el ámbito musical.

En el siglo XIX, los grandes salones de las casas y edificios públicos sirvieron de continente a las academias musicales: el Club San Carlos o el Teatro de la Reina se constituyeron en ambientes propicios para bailes como el minué, el rigodón, la danza y la contradanza, alimentados por la picaresca criolla. Estas representaciones eran acompañadas por figuras y compañías reconocidas internacionalmente y que pasaron eventualmente por la ciudad. La ópera causó furor y la música acompañante tuvo su influencia en la generación de músicos que se gestaba entonces.

Las celebraciones religiosas como el Corpus Christi, los días de Santa Ana, Santa Cristina, Santiago Apóstol, constituyeron una mezcla de elementos religiosos y paganos que, con los años, dieron lugar a los carnavales. Los ritmos ancestrales venidos del África tuvieron la capacidad de sobrevivir e influir con sus instrumentos, cadencias y formas de interpretar. En tanto, las dotaciones de esclavos existentes en las plantaciones cafetaleras de los hacendados provenientes de Saint Domingue (Haití) y de Francia hicieron posible el desarrollo de la tumba francesa, expresión músico-danzaria que mezcla elementos de la danza europea con los ritmos africanos que ha pervivido hasta la actualidad como una de las manifestaciones tradicionales, declarada por la UNESCO como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

Foto: Cortesía de la Oficina del Conservador de Santiago de Cuba.

El acople de instrumentos musicales españoles, africanos y criollos de conjunto con otras influencias hicieron posible, en el ocaso del siglo XIX, el nacimiento del son en las zonas rurales de la región oriental donde entrega múltiples referentes que van consolidando su estructura musical, con variadas formulaciones regionales. Ritmo cadencioso, se extendió por todo el país y resultó ser el género de la música popular que mejor representa la idiosincrasia y cultura cubanas. En el Santiago de finales del siglo XVI se escuchaba el Son de la Ma’Teodora, y con él se identifica el punto de partida de una larga evolución musical que más tarde se extiende por todo el país de la mano del Trío Matamoros, alcanzando una popularidad general, a tal punto, que rebasó las fronteras de la Isla.

La trova tradicional no escapó al mestizaje cultural; es, por encima de todo, fruto de ella. La fiebre del canto acompañado con la guitarra, la vida bohemia de los intérpretes, la noche como cómplice de las serenatas y tantas otras cosas provocaron que el genio interpretativo de Pepe Sánchez diera a la luz, a mediados del siglo XIX, del primer bolero cubano “Tristezas”, verdadero colofón de un quehacer y punto de partida de un nuevo género que aún en nuestros días tiene incontables seguidores.

El trovador y su guitarra, unidad existencial capaz de cantar a la mujer, a la patria, y al amor. En los textos de las canciones trovadorescas siempre hubo y hay intención literaria. Artistas de la estatura de Sindo Garay, Alberto Villalón, Miguel Matamoros, figuran entre los autores e intérpretes de mayor talento y fuerza expresiva.

El canto coral tiene en esta tierra un fuerte arraigo desde el siglo XVIII. La ciudad tiene el privilegio de contar con el Coro Madrigalista fundado en 1955, agrupación que se mantiene en función pública en conciertos y grabaciones. Es, además, la cuna del Orfeón Santiago -una institución de referencia- fundada por el maestro Electo Silva, iniciador de Festival de Coros en el país.

Esa es la ciudad, crisol musical, suma de melodías que al decir del poeta español Federico García Lorca era “un arpa de troncos vivos”, expresión de vitalidad y continuidad que su sensibilidad logró captar con acierto, a modo de certera premonición. Desandar entre trovadores callejeros que animan la ciudad en parques y plazuelas; agrupaciones tradicionales en cualquier esquina invitando a seguir el compás; y el canto coral, al dejar escapar por sus variados matices vocales la música que la identifica y promueve.

Un encuentro con el Santiago musical resulta una experiencia singular, en especial, por las variadas alternativas que se ofrecen a lo largo de todo el año y que permiten elegir opciones que van desde lo tradicional hasta géneros más contemporáneos. El amplio surtido se pone de manifiesto en diferentes ámbitos de la ciudad, que permite el recorrido para descubrir y disfrutar, en ocasiones la escucha atenta y serena de textos y melodías, y otras veces el envolvente ritmo del baile más provocativo y sensual.

Venga y disfrute de esta ciudad musical, que lleva los ritmos en sus entrañas y genera la sabiduría creativa que permite a sus hijos y visitantes tener la afortunada oportunidad de hacer suyo un son o un bolero en lo más profundo del Caribe mágico.

Ferromar

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