Casco histórico de Panamá. Foto: ©Pablo Hidalgo/123rf

Cada año hay un grupo de viajeros en el mundo que no se conforma con los destinos trillados ni los sitios banales. Gente que busca la raíz histórica de la gente, los lugares, los olores y edificios de la América mestiza. Para esa gente Panamá Viejo es el punto de reencuentro donde hallan un remanso sintético de la América colonial profunda.

La ciudad adentra su nacimiento en los grupos de pescadores y orfebres aborígenes, de donde se cree que llegó la palabra Panamá, asociada a los peces.

Pero Panamá Viejo se convirtió en el complejo monumental que es hoy gracias a las capas de tiempo y gente que la vivió durante más de cinco siglos. Pasando por la colonia española, la urbe fue sitio para el Camino interítsmico de las Cruces, la ruta comercial más importante del comercio entre América continental y Europa antes de la llegada, luego, del ferrocarril y más tarde del canal de Panamá.

Arquitectónicamente también fue la corona española la que trajo a Panamá Viejo el tesoro de su monumental catedral, que se mantiene en pie, y de los templos de todo orden católico que aún se aprecian: dominicos, agustinos, de la Virgen de la Merced… enormes arcos y losas de roca sin argamasa decoran el paso del visitante con un sepia de misterio. Se evidencia la cultura religiosa en todo su espectro, que habitó los muros de la metrópolis en su crecimiento económico, pero también cultural y mestizo.

Por si no bastara imaginar la vida cultural, y el trasiego económico que bulló en ella, Panamá Viejo lleva el «sello» histórico de haber sido escenario del ajusticiamiento de Vasco Núñez de Balboa, el descubridor del Mar del Sur, en el lejano 1519, a manos de Pedro Arias.

Para 1521 la fama de una urbe cosmopolita, religiosa y rica había llegado con tal brillo a oídos de los monarcas españoles que Panamá Viejo ganaba su escudo reconociéndola como ciudad real. El símbolo llevaba inevitablemente el decorado de barcos, representativo del camino interoceánico que abría la urbe costera.

Y tal vez fue ese esplendor el que obnubiló al pirata más famoso de la época a dejar en este espacio su huella de saqueo y de influjo inglés. Henry Morgan atacaba la urbanidad sin misericordia en 1671, pero le regalaba otra capa de historia: la obligaba a replegarse desplazándose diez kilómetros más lejos de la costa, y el viejo asentamiento quedaba «olvidado» para sumar el último elemento de exclusividad de esta ciudad colonial que pervive hoy: el misterio de haber sido una ciudad abandonada.

Para suerte nuestra y de los viajeros más exigentes, el Patronato de Panamá Viejo, que es una exitosa combinación de agentes como el Club Cívico Kiwanis, Banistmo y entes gubernamentales como el Ministerio de Cultura (MiCultura) y la Autoridad de Turismo de Panamá (ATP) han empeñado su esfuerzo en hacerla más visible y viva cada vez, conservando el hálito de ciudad «olvidada» al par de su actual naturaleza cosmopolita.

Tiene edificios que reciben al visitante con una librería comercial, que alberga oficinas administrativas y salones de exhibiciones. Más cerca de la torre está un centro de visitantes donde podrá conocer todo lo relacionado a este valioso punto turístico.

Con los años, Panamá Viejo se ha convertido en un laboratorio arqueológico que ha logrado adiestrar a profesionales y ha permitido grandes hallazgos pues con sus excavaciones científicas, parte del pasado precolombino y colonial, ha emergido para el beneficio de la historia y la educación .

Visitar el Conjunto Monumental Histórico de Panamá Viejo es tradicional para todos los estudiantes locales y extranjeros. Una valiosa colección de arte religioso de las iglesias de la ciudad asombra.

Junto a ello, la revitalización de las viejas iglesias, con los mismos nombres de antaño, causan especial interés. No es común la reunión de trasiego moderno con la simplicidad de los monjes y sus rezos, junto a arquitectura monumental.

Otro de los mayores atractivos es la vista aerea de todo el conjunto urbano desde el torreón que se conserva, abierto hasta las nueve de la noche para recibir a los visitantes más curiosos.

Para quienes prefieran mirar desde abajo, estarán esperando también arcos y arbotantes, trazados románicos de edificios que guardan historias románticas y mundanas, de guerras y amor, de mezcla americana y católica.

Panamá Viejo es acaso la síntesis de esa paradoja latinoamericana que son las capas de tiempos entremezcladas entre sí. Un destino, sin dudas, muy poco trillado.

Ferromar

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