Lo que no se anuncia, no se vende, y niño que no llora, no mama. Son dos refranes de sabiduría popular cubana que tal vez están detrás del antiquísimo arte del pregón cubano, esos llamados de vendedores ambulantes que llegaron muchas veces a convertirse en arte, por sus toques de humor y musicalidad.
En esta época de rescate de la pequeña empresa y los negocios privados, los pregones han resurgido, aunque con menor gracia, y ahora opacados por las restricciones pandémicas.
Dicen los estudiosos que se heredó de España y es un fenómeno que hoy sobrevive con fuerza en América Latina y el Mediterráneo.
En un país como Cuba, tan colorido y con diversos matices, es muy común encontrar personas en las calles ofreciendo sus productos. Que van desde maní y dulces hasta diversidad de utensilios de limpieza, que se promocionan a través de los pregones cubanos.
Pero el pregón ha ido mucho más allá de las calles. En los siglos XIX y XX, varios compositores y artistas concibieron sus piezas basadas en tan antigua y conocida práctica.
Así sucedió, y son ejemplo de ello las conocidas “Frutas del Caney”, del artista Caignet Félix B, “El Frutero”, de Ernesto Lecuona y el popular “Manisero”, de Simons Moisés.
Sin temor a equivocarnos, podemos asegurar que el más famoso ha sido precisamente «El Manisero», de Moisés Simons, un tema que alcanzó su máximo esplendor en la voz de Rita Montaner, allá por 1927. A partir de entonces, se convirtió en una de las canciones cubanas más interpretadas en el mundo y en todos los tiempos.
Las calles de las ciudades cubanas se inundan hoy de pregones, generalmente sin canto. Cuando más, se entona alguna rima. Incluso, muchos han grabado el anuncio de su oferta para resguardar su garganta del esfuerzo, y ahora el tono automático de la voz impersonal cambia aquellos tintes de color que llenaban el aire en el pasado.
Pero por suerte, y gracias al trabajo de la Oficina del Historiador de la Habana, hoy es real el rescate de la tradición en el casco histórico de La Habana Vieja, aunque pausado por la pandemia. Allí, existen pregoneras «profesionales». Ellas ofrecen su maní a los visitantes extranjeros y cantan los populares estribillos de antaño, vestidas con los trajes tradicionales.
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