Plaza de la Catedral. Foto: Enrique González Díaz/Juventud Rebelde.

La Plaza de la Catedral es actualmente uno de los lugares más hermosos y emblemáticos del centro histórico de La Habana Vieja, a tal punto que el visitante que llegue a esta maravillosa ciudad no podrá resistirse a recorrer las calles empedradas que la abrazan y a adentrarse en el interior del templo.

Sin embargo, probablemente muchos se sorprendan al saber que en el siglo XVII, la futura Plaza de la Catedral era un lugar anegadizo y poco estimado por los habaneros, conocido como Plaza de la Ciénaga. Según contó en sus apuntes el historiador Emilio Roig de Leuchsenring, el sitio era antes un «desaguadero utilizado como mercado y corral de ganado que fue sitio de reunión de pescadores».

Pero tras la construcción del templo, la situación cambió radicalmente y las casas que existían en la zona comenzaron a convertirse en mansiones señoriales de figuras que ostentaban títulos de Castilla. Así, la zona dejó de ser conocida por su nombre viejo y despectivo para comenzar a ser la Plaza de la Catedral.

Esta fue la última de las principales plazas habaneras en formarse. Los archivos registran que el prelado habanero don Diego Evelino de Compostela, interesado en establecer una misión y colegio de padres jesuitas, adquirió un terreno en este lugar y fabricó allí una humilde ermita de horcones y techo de guano, llamada San Ignacio de Loyola.

Los jesuitas quisieron convertir la ermita en una iglesia más amplia, a la vez que convento y colegio, a pesar de la oposición del Procurador de la Ciudad a toda nueva fabricación en la Plaza, pues la consideraba conveniente y necesaria para la defensa militar de la Ciudad. Sin embargo, en 1721 los jesuitas obtuvieron el permiso y en 1748 colocaron la primera piedra del oratorio de los hijos de San Ignacio, poniéndolo bajo la advocación de Nuestra Señora de Loreto, nombrándolo Santa Casa Lauretana.

En 1767, ya terminado el colegio y aún no concluida la iglesia, fueron expulsados los jesuitas de España y sus posesiones; pero a la construcción elevada en la Plaza de la Ciénaga le esperaba un destino mucho más brillante: en 1777, la antigua Parroquial Mayor, frente a la Plaza de Armas, fue trasladada a la iglesia de los jesuítas.

En pleno siglo XX las renovaciones arquitectónicas se combinaron con la estructura antigua del lugar. Entre las plazas de la Habana Vieja, esta era la que mejor conservaba su aspecto colonial. El primer proyecto para rehabilitarla se llevó a cabo entre 1934 y 1935, acompañado de su declaración como Monumento Nacional. Desde entonces se emprendieron los revestimientos originales de la instalación y quedaron al descubierto los muros de piedra y en las aceras y pisos se renovó el adoquinado.

Durante varios siglos, la Plaza de la Catedral ha sido escenario de diversos sucesos de carácter histórico, político y social.

Más recientemente, en marzo de 2012, a propósito de la visita a Cuba de Su Santidad el Papa Benedicto XVI, la fachada barroca de la Catedral de La Habana, sede de la Arquidiócesis habanera, se vistió de luces y colores durante las noches del 25, 26 y 27 de ese mes.

La celebración consistió en el espectáculo de luminografía Arte Luz, del artista italo-francés Gaspare Di Caro. El templo católico quedó decorado con un espectacular diseño de luces e imágenes proyectadas sobre las paredes del edificio dibujando un ambiente único.

Foto: Calixto N. LLanes/Juventud Rebelde.
Ferromar

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