Ciudad pública y viva: Santiago de Cuba y su paisaje histórico urbano

Centro urbano de la ciudad de Santiago. Foto: Oficina del Conservador.

Santiago de Cuba fue fundada por Diego Velázquez de Cuéllar en el verano de 1515, ya en 1522 recibió la condición de ciudad.

Sus peculiaridades urbanísticas y arquitectónicas se conjugaron perfectamente con el devenir de un amplio desempeño cultural, donde se sumaron los aportes de aborígenes, españoles, africanos, franceses y chinos, cuya amalgama creativa dotó de singulares manifestaciones a la cultura cubana. Su incuestionable participación en el desempeño de la música y la danza, le permiten comportarse como referente ideal para conocer ritmos y tradiciones, entre ellas la trova, el bolero, el son, la tumba francesa, la conga y otros.

El centro histórico de Santiago de Cuba, resulta el área configurada en un devenir de más de cinco siglos de existencia. Su identidad se formó a partir de la combinación de la ciudad colonial, cuya imagen en lo esencial aún perdura, con lo incorporado a lo largo del siglo XX, donde se consolidó al añadir otros aportes en materia de arquitectura, urbanismo y paisaje. Este ámbito fue declarado Monumento Nacional en 1978.

La visión múltiple de este paisaje, suma los atributos adquiridos en su capacidad de adaptación al medio: el clima, el relieve y la sismicidad, así como un peculiar condicionamiento económico, político y social. Estos, una vez interpretados en su esencia individual, quedan superpuestos para enfatizar una lectura de su recia personalidad e identidad. Sólo así puede entenderse la consideración de que “más que un conjunto de monumentos, es un monumento de conjunto”.

Estos atributos del paisaje histórico urbano parten de su condición de: mirador, laberíntico, ondulante, escalonado, público y de escenario. Ellos regalan un paisaje complejo y vivo, cuyo nivel de actividad ciudadana refleja su ser y existir, y en consecuencia se siente comprometida con su desarrollo.

La consideración de ciudad paisaje le viene de su diálogo continuo con el medio natural circundante, y transita por las múltiples perspectivas visuales donde se remarca la visión en suma del conjunto urbano y su entorno natural relevante, condicionante de un cierre perspectivo que tiene por telón de fondo las montañas y una bahía de bolsa.

El sitio escogido para emplazar la villa se comporta como un gran plano inclinado generado por tres grandes terrazas naturales cuyos desniveles se desplazan desde lo alto hasta el nivel del mar. Estas terrazas propician la visión cruzada entre distintas partes de la ciudad, por lo que resulta muy interesante el diálogo visual que se establece entre el ciudadano que transita por sus bordes y las zonas bajas, y es aquí donde se manifiesta claramente la condición de ciudad mirador.

La ciudad ondulante se revela al percibir que sus calles se comportan como gigantescas sinusoides que van de un extremo a otro de la ciudad reafirmando el criterio generalizado entre los santiagueros de estar siempre subiendo o bajando, un ritmo propio que impone el valle ondulado donde ella se encuentra. Es, precisamente donde el relieve se hace más notorio, que aparecen las calles escalonadas o escalinatas, hecho urbano frecuente y devenido en símbolo.

Santiago es una ciudad pública y viva donde materialidad y espiritualidad dialogan continuamente, donde la actividad comercial, de servicios, de administración, de cultura y recreación, y especialmente la residencial se articulan en su diversidad y variedad entregando un marco físico propicio para el desarrollo de una mayor calidad de vida.

Dentro de ello, el espacio público desempeña un papel determinante en su relación con el clima, ya que el uso de parques o plazas, plazuelas, placitas, calles comerciales, alamedas y paseos proporcionan sitios aptos para el contacto social, el intercambio, la relación y el descanso. Estos generalmente sorprenden y acogen al transeúnte gracias a su escala humana, a su intimidad cómplice con la escena urbana y especialmente por ser lugares claves para evocar una identidad local. Este paisaje es portador de los exponentes más destacados de la arquitectura santiaguera y posee una identidad precisa gracias a su capacidad incuestionable de adaptación al medio para trascender.

Ferromar

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