Especial TTC: El “slow travel” gana terreno entre los viajeros
Por: José Luis Perelló
La tendencia conocida como “slow travel” transforma la manera en que los viajeros experimentan sus destinos, priorizando la profundidad de la vivencia sobre la cantidad de lugares visitados. Este enfoque, que invita a permanecer más tiempo en un solo sitio, ha ganado terreno entre quienes buscan una conexión más auténtica con la cultura local y un impacto ambiental reducido.
A diferencia del turismo tradicional, que suele caracterizarse por itinerarios apretados y desplazamientos constantes, el slow travel o slow tourism propone una inmersión pausada en el entorno elegido. Los adeptos a esta filosofía optan por explorar a fondo una ciudad, un pueblo o una región, dedicando días o incluso semanas a descubrir sus matices, costumbres y gastronomía. Esta forma de viajar responde a una creciente demanda de experiencias significativas, alejadas de la superficialidad de las visitas fugaces.
Uno de los principales argumentos a favor del slow travel es su efecto positivo en las comunidades anfitrionas. Al permanecer más tiempo, los turistas tienden a consumir productos y servicios locales, lo que se traduce en un beneficio económico directo para pequeños comercios, mercados y emprendimientos familiares. Además, la interacción prolongada favorece el intercambio cultural genuino, permitiendo que los visitantes comprendan mejor las tradiciones y valores del lugar.
Desde la perspectiva medioambiental, el slow travel contribuye a reducir la huella ecológica asociada al turismo. Al limitar los desplazamientos frecuentes, disminuye la emisión de gases contaminantes derivados del transporte. Esta práctica también incentiva el uso de medios de movilidad sostenibles, como la bicicleta o el transporte público, y promueve el respeto por los recursos naturales y el patrimonio local.
El auge del slow travel se ha visto impulsado por varios factores. Por un lado, la saturación de destinos turísticos populares ha generado una búsqueda de alternativas menos masificadas. Por otro, la pandemia de COVID-19 modificó las prioridades de los viajeros, quienes ahora valoran la seguridad, la tranquilidad y la posibilidad de evitar aglomeraciones. Este cambio de paradigma ha llevado a muchos a replantear sus hábitos y a preferir estancias prolongadas en entornos rurales o ciudades pequeñas.
La experiencia del slow travel suele estar marcada por la flexibilidad y la espontaneidad. Los viajeros que adoptan este estilo no se rigen por horarios estrictos ni listas interminables de atracciones. En su lugar, se dejan llevar por el ritmo del lugar, participando en actividades cotidianas, asistiendo a celebraciones locales o simplemente disfrutando de la vida diaria. Esta actitud permite descubrir aspectos menos evidentes de cada destino y forjar vínculos más estrechos con sus habitantes.
El impacto económico del slow travel se refleja en la distribución más equitativa de los ingresos turísticos. Al evitar la concentración en puntos emblemáticos y diversificar las áreas visitadas, se favorece el desarrollo de zonas menos conocidas. Esto contribuye a combatir la estacionalidad y a generar empleo estable en sectores como el alojamiento, la artesanía y la agricultura.
En términos de sostenibilidad, el slow travel se alinea con los objetivos de desarrollo responsable promovidos por organismos internacionales. Al fomentar el respeto por el entorno y la cultura local, esta modalidad ayuda a preservar la identidad de los destinos y a minimizar los efectos negativos del turismo de masas. Además, incentiva la adopción de prácticas ecológicas, como el consumo de productos orgánicos, la reducción de residuos y el apoyo a iniciativas comunitarias.
La preferencia por el slow travel también responde a una necesidad personal de bienestar. Muchos viajeros encuentran en este enfoque una oportunidad para desconectar del estrés cotidiano y reconectar consigo mismos. La posibilidad de dedicar tiempo a la contemplación, la lectura o la práctica de actividades al aire libre contribuye a mejorar la calidad de la experiencia y a generar recuerdos memorables.
El perfil de este tipo de viajero es diverso, aunque suele compartir ciertos valores. Se trata de personas interesadas en el aprendizaje, la autenticidad y el respeto por el medioambiente. Para ellas, el viaje no es una carrera por acumular sellos en el pasaporte, ni selfies para los amigos, sino una oportunidad para crecer y enriquecer su visión del mundo. Esta actitud se refleja en la elección de alojamientos familiares, restaurantes tradicionales y actividades que promueven el contacto directo con la comunidad.
El fenómeno del slow travel ha dado lugar a nuevas propuestas turísticas, como rutas temáticas, talleres artesanales y experiencias gastronómicas. Estas iniciativas buscan ofrecer alternativas al turismo convencional, poniendo en valor los recursos locales y fomentando la participación activa de los visitantes. De este modo, se crea un círculo virtuoso en el que tanto turistas como anfitriones se benefician de una relación más equilibrada y respetuosa.
Entre los beneficios más destacados del slow travel se encuentra la posibilidad de contribuir al desarrollo sostenible de los destinos. Al elegir esta modalidad, los viajeros apoyan la economía local, preservan el medioambiente y promueven la diversidad cultural. Además, disfrutan de una experiencia más rica y profunda, alejada de la prisa y el consumo superficial.
La consolidación del slow travel como tendencia global refleja un cambio en la manera de entender el turismo. Cada vez más personas reconocen el valor de la pausa, la observación y el compromiso con el entorno. Esta transformación no solo beneficia a quienes viajan, sino también a las comunidades que los reciben, generando un impacto positivo que trasciende el ámbito económico y alcanza dimensiones sociales y ambientales.
El slow travel se presenta así como una alternativa viable y atractiva para quienes buscan algo más que una simple escapada. Al priorizar la calidad sobre la cantidad, esta filosofía invita a redescubrir el placer de viajar con calma, apreciando cada detalle y dejando una huella positiva en el camino.
La villa de Baracoa un destino ideal “slow travel” para la tranquilidad y la contemplación
En la región oriental de Cuba, Baracoa ha marcado un hito al convertirse en la primera villa fundada en territorio cubano, en 1511, por el Adelantado Diego Velázquez de Cuéllar creando así la primera población española en la isla, pasando a ser la capital política y el primer obispado. Hoy, la Villa de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa se presenta como un refugio de tranquilidad, naturaleza, cultura y tradición, donde la originalidad y el ritmo pausado son parte esencial de la experiencia.
Baracoa significa «cercanía de mar» en lengua aruaca, y el mar, se quiera o no, también marca su ritmo pausado; bien merece un reconocimiento por su apuesta por el turismo sostenible, la preservación cultural y un modelo de desarrollo que prioriza el bienestar y la autenticidad por sobre la prisa. Pero son las pequeñas historias las que enganchan, al viajero, a esta tierra. Tal vez, desde que en septiembre de 1838 la villa, recibió de la reina María Cristina de Habsburgo su escudo con la inscripción “Omnium Cube urbium exigua tamet si tempore prima ferens” (Aunque pequeña ciudad de Cuba, siempre primera en el tiempo). O al decir del poeta “Baracoa es esencia, no sólo por premiada, sino por fresca lejanía”; sus paisajes conmueven de tanto verde antiguo custodiando sus aguas, y sus hombres son mieles tributando los sudores que saben de cielos y cosechas.
Urge pues, en aras de un turismo responsable, elaborar un proyecto para integrarla a “Cittaslow”, el movimiento Cittaslow nació en Italia en 1999, y agrupa a localidades que mantienen vivas sus tradiciones y promueven el “buen vivir”. Actualmente, la red cuenta con 189 municipios en todo el mundo y defiende la calidad de vida, la protección del entorno natural, la identidad local y los oficios tradicionales. Estos principios se reflejan en la vida cotidiana: conversaciones en la plaza, caminatas por calles patrimoniales y la contemplación del paisaje en medio de una naturaleza singular, forman parte de la experiencia diaria del slow travel.
La filosofía de Cittaslow se manifiesta en la defensa del medio ambiente, la promoción de energías alternativas y el fomento del turismo responsable, con especial atención a jóvenes y mujeres.
El reconocimiento de Baracoa en la red Cittaslow se enmarca en una historia de resiliencia. La apuesta por el turismo sostenible y la preservación cultural permitirán relanzar su imagen y ofrecer una alternativa de desarrollo basada en la identidad y el respeto por el entorno.
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