Con «Motivos Cubanacan» llegamos a Viñales, donde los mogotes escriben historias

Una colaboración de Yoanna Cervera/ Fotos: Abel Rojas Barallobre

El sol aún no despuntaba cuando el Grupo FAM se alistó para su recorrido como parte de ‘Motivos Cubanacan’ «¡Buenos días, iniciamos viaje a Viñales!», anunció Liuba desde el frente del ómnibus, marcando el inicio de un viaje que nos llevaría al corazón mismo de Pinar del Río, a ese valle legendario donde las montañas se alzan como órganos de piedra tocando sinfonías silenciosas.

Luego de casi tres horas por carretera el Mural de la Prehistoria nos recibió con sus colores, como un libro abierto sobre la roca viva. Carlos Torres, un guía local, cuenta como nadie la historia: «Esto no es simplemente pintura sobre piedra – explicó mientras señalaba las figuras monumentales – es el matrimonio perfecto entre arte y ciencia, entre recreación y memoria histórica». Sus palabras nos transportaron a 1959, cuando Fidel y el científico Antonio Núñez Jiménez bautizaron estas formaciones como «las hermanas» por su similitud morfológica. «Imagínense – continuó Torres – a Leovigildo González Morillo dirigiendo a campesinos colgados de cuerdas, pintando con binoculares en mano, creando esta obra que hoy nos cuenta 170 millones de años de historia».

En eso un susurro… «increíbles esas representaciones, es hermoso», decía Dany Salazar mientras contemplaba la monumental obra y no salía del asombro como otros integrantes del grupo. Este especialista con basta experiencia en el sector turístico emisivo, llega desde Venezuela representando a Organización Kanguro. «Vengo por segunda vez a Cuba – confesó – pero es la primera que realmente la descubro. Siempre pensé en este país como sol y playa, pero esto… esto es otra dimensión». Sus ojos brillaban con esa chispa especial que solo aparece cuando el viaje supera todas las expectativas. «La calidez de su gente, esta mezcla de historia viva y cultura… como operadores turísticos, nuestro trabajo es mostrar estas joyas que van más allá de los folletos convencionales». Al preguntarle sobre el interés desde Venezuela, su respuesta fue entusiasta: «Nuestros clientes buscan destinos con autenticidad, y Cuba lo tiene todo. Este viaje con Cubanacán nos está dando las herramientas para presentar una Cuba diversa, donde cada rincón cuenta una historia diferente».

El aroma a tabaco fresco nos guió hasta la Finca de Concha y Paco, donde Eduardo Hernández, con manos que hablan de décadas de trabajo en el campo, nos reveló los secretos del buen puro. «La hoja necesita su vitamina R – dijo con complicidad mientras rociaba ron con una brocha – y unos 50 días de reposo para alcanzar su alma». Entre sorbos de café recién colado y tisanas de hojas de guayaba, aprendimos que en Viñales hasta las plantas tienen historias que contar.

La tarde nos llevó a explorar la Cueva del Indio, donde las estalactitas dibujan esculturas naturales y el río subterráneo susurra leyendas antiguas que recorrimos en esas lanchas que son parte del periplo al interior de la caverna, donde es posible dibujarse desde una serpiente hasta una carabela. Luego, el Rancho San Vicente nos recibió con sus aguas termales. «El agua nunca miente – nos explicó Bárbara Aliannis mientras recorríamos las instalaciones – siempre fluye, siempre renueva, como la esencia misma de Cuba».

Pero fue en el Hotel La Ermita donde el día encontró su epílogo perfecto. El atardecer pintó los mogotes de tonos dorados mientras el grupo se reunía para el maridaje final: puros recién torcidos, un trago de Havana Club y ese café oscuro que sabe a tradición.

Las risas se mezclaban con las historias del día, porque en Viñales – lo aprendimos bien – cada momento se convierte en memoria, porque el paisaje cautiva, y cada parada es razón para volver.

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