Acuarela de Curazao: una isla con más que sol y playas

Por: Marina Menéndez

Los techos a dos aguas vistos desde el cielo, todos de color naranja, adelantan la policromía que alegrará la mirada del viajero cuando ponga pie en Willemstad, la capital de Curazao, y contemple los exquisitos edificios coloniales que evocan la arquitectura de Ámsterdam, aunque  la explosión de colores es más deslumbrante en la isla.

Las fachadas azules, verdes, rojas, amarillas, todas en tonos muy brillantes, no dejan ver la tristeza provocada por el comercio de esclavos llevados allí desde África, que convirtió a Curazao en famoso mercado de negros. De aquellos tiempos, en los años de 1700, también queda el tambú, ritmo considerado el blues curazoleño, y que proviene de los cantos con que aquellos aliviaban sus penas.

Antes de eso, los habitantes autóctonos también fueron esclavizados luego de la colonización por España, y llevados a la isla bautizada con el gentilicio de la Corona: La Española.

Ahora, sin embargo, todo eso es un pasado que late solamente en la riqueza histórica y cultural apreciable en los museos y hasta en las calles, lo que constituye uno de los atractivos de la isla.

Así puede verse en los hermosos y pintorescos murales que adornan las fachadas en Otrobanda, como se pronuncia en la lengua criolla (el papiamento), el nombre del barrio popular que se halla al otro lado del famoso puente Emma Queen. La creación pictórica popular ha convertido sus calles en galerías de arte.

Aunque la isla sigue siendo territorio perteneciente al Reino de los Países Bajos, que la dominó desde que la Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales la arrebató a Madrid, hoy es una autonomía y se respiran allí los aires de una identidad con características propias, nacidas del crisol de razas y naciones que dejaron su impronta.

El legado de los hijos de África, con su ancestral fortaleza y su explosividad, combina perfectamente con los finos modales de Europa. Y existe el influjo de los vecinos sudamericanos, algo lógico, con las costas de Venezuela tan cerca que en algún momento Curazao fue considerada bajo la jurisdicción de Caracas.

Esa amalgama dio origen a un ciudadano alegre pero educado que recibe con beneplácito a los turistas, y es gentil a la hora de ofrecer su gastronomía, con platillos de mezclas sorprendentes como la Papaya Stobá (guiso de papaya): un cocido de la fruta con carne y rabo de cerdo.

Conocida como «la última letra» de las siglas ABC —Aruba, Bonaire y Curazao, que identifica con la inicial de su nombre a las antiguas Antillas Neerlandesas— este destino es considerado como uno de los cuatro que marcará la recuperación del turismo en América Latina a los niveles previos al azote de la Covid-19, según expertos de la ONU.

No es Curazao, entre sus vecinas, la que más visitantes ha recibido en los meses recientes. Pero la llegada de más de medio millón de vacacionistas en 2023 ha sido considerada un récord que anuncia un incremento sostenido del turismo.

Muy parecida a sus hermanas de las Antillas Menores, la mayor belleza de esa tierra está en las abundantes y cálidas playas. Pero es preciso palpar lo mucho de valor intangible que hay en su historia, su cultura y sus gentes.

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